Cuando una persona está en un momento de su vida complicada, con diversos temas que le atosigan y ocupan, descubre fácilmente que hace cosas totalmente absurdas: guardar un libro que está leyendo en la lavadora, por ejemplo Y darse cuenta al poco. Y otros lapsus de mayor importancia. Por ejemplo, si cuando uno va conduciendo y de pronto se da cuenta de que no sabe a dónde va, o cuando va a adelantar no se acuerda de mirar si viene alguien… ¿no puede generar un accidente?
La memoria no es una caja en la que están las cosas sin más, sino un entramado de conexiones neuronales que están articuladas, también con otras neuronas que intervienen con otras actividades y necesidades del organismo. Si por las razones que sea las tensiones que provienen del vivir diario se hacen presentes y su presencia aumenta la tensión interna, es muy posible que la energía dedicada a la recuperación de la memoria de lo que vamos a hacer o no, sea menor y, lógicamente, uno se despista.
Normalmente estas cosas no vienen solas. Los síntomas de que algo está superando el umbral de nuestras capacidades no dejan de ser señales de alarma para que uno reaccione y tome medidas. Y no se solventa por el hecho de tomar una medicación de las que anuncian para mejorar la memoria sino tratando de disminuir la tensión que proviene de las otras preocupaciones. El psicólogo está para esto. Su habilidad en conectar con el paciente, con la persona que sufre está al servicio de ayudarla a superar esta dificultad, y a sentar las bases para que el atropello de tantos elementos que generan ansiedad no acaben confluyendo en situaciones más preocupantes.