Mi cuaderno de Bitácora del 23 de noviembre de 2010
23/11/2010
Fuente: Sunyer
Hoy fue un día en el que salí agradablemente sorprendido de vuestra capacidad cuando salís de la funda mental en la que os han metido. Felicidades.
Sujeciones.
Fue una sesión diferente. El tema central se situaba en la entrevista, en cómo nos poníamos a explorar, a tratar de entender para poder describir lo que pasaba, en cómo tratábamos de aclarar lo que sucedía, en tratar de deshacer entuertos para acabar identificando el problema. Pero como vimos, la exploración es compleja porque aparecen numerosas cuestiones que creo que nos atormentan a todos. Veamos.
Primera cuestión. Una entrevista psicológica es una entrevista normal. Cualquiera diría que la palabrita proviene del francés (1498) entrevue, y que anteriormente la palabra que se utilizaba era varias vistas. Porque si nos ceñimos un poco a eso, ¿podríamos entender que una entrevista es un acto dual en el que tratamos de obtener varias vistas de lo que hay ahí? Pero claro, al ponerle la palabreja “psicológica”, parece que a eso que vemos entre nosotros (entrevue) debe ceñirse a una lente rara, psicológica. Pues igual tenemos que modificar la perspectiva y colocarnos en una posición en la que podamos ver, podemos tener varias vistas de lo que sucede, o de lo que le sucede al paciente. Si pudiésemos partir de este ángulo quizás podríamos sentirnos algo más relajados ante este momento crucial de la entrevista.
Segunda cuestión. Las ideas preconcebidas respecto a cómo hay que realizar una entrevista paralizan la posibilidad de realizarla. Es cierto que existen modelos diversos de realizarlas. He tenido ocasión de aprender determinadas técnicas que pretendían conseguir un diagnóstico a través de las mismas de forma rápida y concisa, dirigiendo las preguntas a los posibles objetivos del DSM-IV. Y no iban mal. Sólo que… cómo visteis, cuando uno se queda atrapado por la línea que proviene de estas entrevistas prefiguradas, pierde la perspectiva de la persona que tiene delante. Es como si se tratara de meterlo en el calcetín de nuestros esquemas. Y entonces…
Tercera cuestión. Los criterios diagnósticos acaban siendo un inhibidor de las relaciones. Esto lo pudimos constatar. Es como si en el desarrollo de la entrevista se nos activara un componente fobógeno que nos empuja a buscar una salida casi inmediata a la situación en la que nos encontramos. Esa salida sería localizar el diagnóstico de la persona que tenemos delante porque así se acaba la sesión. Eso, en mi tierra, se llama fobia. Y creo que ese componente fobógeno nace de la ansiedad que nos despierta no sólo el otro sino la propia situación: como si alguien nos empujara a acabar como fuera, a concluir de forma rápida y certera impidiéndonos disfrutar de la propia situación.
Cuarto tema. Empatía. Claro, estar un tiempo con el paciente es una ocasión única para poder aprender a empatizar con el otro. Eso significa no grandes comprensiones de su situación sino saber estar con el otro en su circunstancia. Por ejemplo, si alguien señala un hecho luctuoso o muy duro en su vida, qué menos que poderle señalar que lo sentimos o que qué mal momento para él, ¿no? ¿Qué sucedería si empatizamos en estos momentos? Evidentemente nada. O mucho: que el otro puede sentirnos cerca, y en consecuencia, acercarse. Esto parece terrible, ¿verdad? Pero precisamente es lo que precisa siempre el paciente. Y por esto, cuando alguien “habla con el armario y le dice buenos días”, mostrar nuestro regocijo e interés por esta maravillosa (aparentemente) situación, es una forma de comenzar a acercarnos al otro. ¿Qué tememos?
Quinto, la complicidad. Esto es la consecuencia de lo anterior. Esa vivencia mediante la que comienza a aparecer una comunicación que va más allá de las propias palabras, que se establece casi con elementos intuitivos, silentes todos ellos, de forma totalmente inconsciente, esa vivencia es importante. Pero para ello es necesario conectar con el otro. Esa conexión sólo es posible cuando nos alejamos de esa distancia psicológica para establecer otro tipo de relación con el otro que posibilite el nacimiento de la complicidad. Y asusta, porque tenerla supone una cercanía que no todos ni en todo momento estamos en condiciones de tolerar.
Y sexto, el problema que tenemos se resume en una palabra, creatividad. Ya que ella conlleva el salir de esa funda mental en la que toda formación pretende imponer. Cierto que es importante tener conocimientos, conceptos, saber sobre las experiencias de otros que han ido determinando lo que es en estos momentos eso llamado bagaje psicológico. Pero al tiempo que es cierto, también lo es las capacidades que tenemos todos de utilizar esa cosa creativa personal y darle un toque de genuinidad a todo lo que hacemos. Eso, esa cosa genuina, ese componente que sólo es de cada uno y que apenas es transmisible, eso es lo que posibilitará movimientos en el paciente. Y en nosotros.
Un saludo
Dr. Sunyer (23 noviembre de 2010)
El planteamiento es muy sencillo. La clase es un espacio en el que estamos muchas personas, como 50 o más.Uno puede considerarla desde diversas posiciones, pero personalmente prefiero pensar que estoy con un grupo. No ante un grupo sino en él. Este conjunto de personas que lo constituimos establecemos inevitablemente una serie de interdependencias, vinculantes muchas de ellas, que determinan no sólo la atmósfera grupal sino la manera de relacionarnos y los sentimientos que se derivan de todo ello. Cierto es que dado que trabajamos unos textos determinados, hay muchos elementos que se activan a través de la lectura de los mismos. Y la experiencia me indica que esos mismos elementos se activan también en las relaciones que establecemos en el grupo. Estos escritos son las reflexiones que desde mi puesto de conductor de ese grupo van aflorando en mi mente y que sirven, eso espero, de reflexión y de trabajo complementarios a la asignatura.