Mi cuaderno de Bitácora del 14 de Septiembre de 2010
Sunyer, J.M. · 14/09/2010
Fuente: Sunyer
Se trata de las reflexiones que he sido capaz de desarrollar a partir de lo que los alumnos de la facultad han elaborado conjuntamente.
Responsabilidad.
Hoy iniciamos la sesión con parte del efecto huelga salvaje de los trabajadores de los ferrocatas que ha impedido que muchos lleguen a clase o ser puntuales. Y también con la constatación de que no todos tenéis el libro que debe servirnos como de guía para nuestro trabajo. Pero eso no ha quitado que, tras la introducción que realicé en la que apuntaba algunos de los aspectos que aparecen en el libro, os pusieseis a trabajar en temas de importancia. Luego, ya en el grupo grande, hubo un cierto debate, un flujo de ideas que nos acercaron un poco a la idea de la Responsabilidad. Y es ahí en donde me voy a meter.
Atendiendo al diccionario, por responsabilidad se entiende
f. Cualidad de responsable.
f. Deuda, obligación de reparar y satisfacer, por sí o por otra persona, a consecuencia de un delito, de una culpa o de otra causa legal.
f. Cargo u obligación moral que resulta para alguien del posible yerro en cosa o asunto determinado.
f. Der. Capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente
Supongo que habrá varios tipos de responsabilidad. Una de la que no hablaremos es la responsabilidad legal ya que esto competirá a otras áreas del conocimiento. Pero, ¿Cuál es la responsabilidad psicológica o la del psicólogo?
En la conversación que mantuvimos aparecieron varios matices de eso que llamamos responsabilidad. Unos tenían que ver con los elementos de la empatía, otros con los de la dependencia, otros con la propia relación y en dónde se depositaba la responsabilidad de la misma, otros… seguro que si hubiésemos hablado más todos los matices de esa idea se hubieran ampliado bastante.
Me parece evidente que hay una responsabilidad, que tengo una responsabilidad como profesional. Y en ella se conjugan muchos elementos que no me permiten delimitar con mucha claridad hasta dónde alcanza mi responsabilidad y a partir de dónde ya no es responsabilidad mía. Creo que buena parte de ella pasa por la relación que establezco con el paciente. O mejor, con la parte de responsabilidad que interviene en el establecimiento de la relación. Lo que no es fácil de delimitar.
Supongamos que traslado mi pensamiento a algo que nos es común: la clase. Parece lógico pensar que si planteo una modalidad de trabajo en la que la relación es algo importante, parte de la responsabilidad me compete. Pero también es cierto que si los alumnos no quieren establecer una relación, habrá una parte de esa responsabilidad que les compete, ¿no? ¿Dónde se coloca el límite de uno o del otro? Pues algo parecido sucede en el campo asistencial u organizativo.
Ahora bien, al hablar de este tema fácilmente se levantan fantasmas complicados y que en cierto modo tienen como un componente “legal”. Es decir, si señalo la responsabilidad parece que automáticamente estoy diciendo algo así como que si hubo mala relación fue por “culpa” del otro. Lo cual automáticamente paraliza la capacidad para seguir pensando. Porque cuando ponemos la palabra “culpa” parece que activamos la posibilidad de que el otro diga “la culpa fue tuya y no mía”. Y eso nos lleva casi inevitablemente a un ping-pong para ver quién de los dos tiene la culpa. O sea que es mal camino. A no ser que por responsabilidad comencemos a entender otra cosa.
El diccionario decía que responsabilidad era la cualidad del responsable. Y por tal indica que es “obligado a responder de algo o por alguien”, “dicho de una persona: que pone cuidado y atención en lo que hace o decide”, o “persona que tiene a su cargo la dirección y vigilancia del trabajo en fábricas, establecimientos, oficinas…” Si pensamos, pues que bajo la idea de responsabilidad está la de cuidado y atención en lo que se hace o decide, fijaros que cambia la cosa.
Como profesionales parece claro que tenemos que poner cuidado y atención en lo que hacemos o decidimos en nuestras intervenciones o actuaciones profesionales; o quizás siempre. Porque las personas todas debemos poner cuidado y atención en lo que hacemos, decimos o callamos, o en lo que nos inhibimos. Y ahí sí que comienza un entramado de aspectos que es muy complicado.
En una de las intervenciones se habló de dependencia. En ocasiones esta palabra genera una especial alergia y, por lo que he venido observando en la práctica universitaria, hay como un rechazo global a todo lo que esta palabra supone. Posiblemente sea cierto que las cosas siempre vienen matizadas por las circunstancias en las que cada uno vive y si la edad que tenéis y vuestras circunstancias personales y familiares activan los deseos de ser autónomo, la palabra dependencia fácilmente generará alergia. Y quizás porque se asocia a bebé o a persona carente de recursos y, consecuentemente, pensar en que los pacientes (o nosotros) podamos ser dependientes parece ser algo así como decirnos que somos bebés o que no tenemos recursos. Lo cual no es en absoluto cierto.
Evidentemente un bebé, un niño y personas mayores transitan por momentos en los que no tienen recursos. El bebé y el niño por razones de su incipiente proceso evolutivo, y el mayor porque se encuentra en la zona final del mismo. Diríamos como que la palabrita de marras parece ubicarse en los dos extremos del recorrido humano. Pero pensado desde otro ángulo… ¿no os parece que la palabra dependencia alude a otras cosas? Veamos dos de ellas.
La primera es que cuando una persona acude a nosotros es porque en realidad en uno o varios aspectos de la vida hay cosas con las que no puede y por lo tanto precisa que alguien le de la mano. Esa mano marca o señala aspectos de la dependencia. Y en base a las necesidades, el tiempo y el grado de intervención determinarán cuánta dependencia se precisa. Y también es cierto que en ocasiones es esa propia vivencia de depender del profesional la que se convierte en un freno: hay pacientes que por edad o condición (dejémoslo así) muestran una reacción alérgica al mero hecho de depender del profesional, como si algo de su prurito interno, de su orgullo se viera mancillado por el hecho de depender de alguien. De hecho, ¿quién no ha visto en alguna ocasión a un chaval pequeño que cuando alguien le va a ayudar a hacer algo suelta de forma brusca “!yo sólo!? Pues eso, en ocasiones no gusta sentir o reconocer que se depende del otro.
Esto tiene su correlato: el profesional también establece una relación de dependencia con el paciente. Y, posiblemente sea eso lo que activa algunos elementos alérgicos, esa dependencia no gusta. Parece como que agobia pensar que si le doy la mano a un paciente, si le ayudo, ese dar la mano también a mí me genera un beneficio personal: por ejemplo el que deriva de la satisfacción de tipo altruista de ser quien ayuda a esa persona. Este hecho cuando lo circunscribimos a ir una pequeña temporada a… África para ayudar a alguna ONG., en tanto que es temporal, nos satisface; e incluso tiene un toque de cierta aventura, un punto de alarde público de ser alguien tan generoso, un…; pero este paciente no es África. Es una persona que está ahí cada día, todas las semanas y por un tiempo indefinido. Y eso ya es harina de otro costal. El miedo que nos genera sólo pensar que alguien va a depender de mí es en algunas ocasiones muy elevado. Y en consecuencia…
¿Pero qué demonios pasa ahí que nos asusta? Me imagino que muchas cosas. Una de ellas puede ser esa sensación de que nuestra “libertad” de movimientos queda restringida por esa relación. Y en cierto modo es así: toda dependencia, toda interdependencia porque es lo que realmente es, genera unas limitaciones a las que no siempre estamos dispuestos a aceptar. Pero claro, ¿cómo puedo aceptar que si tengo un hijo lo es para toda la vida? Ya sé que un paciente no es un hijo, pero…quizás haya más similitudes que las que nos gusta ver. Y cuando pensamos en las limitaciones que eso conlleva automáticamente se nos despierta como una idea fobógena, evitativa, de “hay que evitar cualquier dependencia”.
Hay muchos más matices en los que no me voy a detener por no hacer más largo este escrito. Pero hay uno que no quiero dejar pasar y que es el segundo que anunciaba más arriba. Todos los humanos somos dependientes del otro. Todos dependemos de los demás para realizar cualquier otra cosa que queramos hacer. Sólo nos hacemos a nosotros mismos a través de la dependencia con los demás. Lo que significa que no somos independientes. Ni individual ni colectivamente. No existen las independencias, ni las individuales ni las sociales. El ser humano es un animal tan particular que su existencia no puede darse aisladamente de los demás. Incluso Robinsón Crusoe, ¿recordáis?, precisó inventarse un Viernes para poder sobrevivir. Todos nos necesitamos. Por ejemplo, no puedo ser profesor si no hay alumnos. Los alumnos me hacen profesor, y yo os hago alumnos. Porque vosotros no podéis ser alumnos sin un profesor que os haga tales. Y esto es una relación de dependencia. En realidad es más, es una relación de interdependencia. Un profesional depende de sus pacientes y los hace a su manera porque precisamente dependen de él; pero la inversa también es cierta ya que dependemos de ellos, de los que nos visitan y piden ayuda, y son ellos los que nos hacen constantemente. Por esto Winnicott agradecía a sus pacientes lo que le habían enseñado.
Un saludo.
Dr. Sunyer (14 de septiembre de 2010)
El planteamiento es muy sencillo. La clase es un espacio en el que estamos muchas personas, como 50 o más.Uno puede considerarla desde diversas posiciones, pero personalmente prefiero pensar que estoy con un grupo. No ante un grupo sino en él. Este conjunto de personas que lo constituimos establecemos inevitablemente una serie de interdependencias, vinculantes muchas de ellas, que determinan no sólo la atmósfera grupal sino la manera de relacionarnos y los sentimientos que se derivan de todo ello. Cierto es que dado que trabajamos unos textos determinados, hay muchos elementos que se activan a través de la lectura de los mismos. Y la experiencia me indica que esos mismos elementos se activan también en las relaciones que establecemos en el grupo. Estos escritos son las reflexiones que desde mi puesto de conductor de ese grupo van aflorando en mi mente y que sirven, eso espero, de reflexión y de trabajo complementarios a la asignatura.