P. A. Es un personaje curioso y en cierta manera apasionante. De unos 54 años de edad, divorciado o separado en dos ocasiones, acude a consulta “para que le quite el dolor que siente en el pecho” y para “que le resuelva el problema de no poder volar”. Dice haberse psicoanalizado “durante ocho años” y a partir de ahí comienza a desgranar toda una historia que, si no fuese porque más tarde tengo la confirmación de otro profesional, podría considerarse totalmente delirante. Persona muy inteligente, con relaciones amplias y un mundo social y cultural muy variopinto, tiene una especial capacidad: la de hipnotizar a quien le escucha. El curso del pensamiento, de velocidad rápida, es ramiforme: es decir, enlaza unos temas y otros alejándose del eje principal y con una tendencia a lo que podríamos llamar tangencialidad del pensamiento (apartarse del objetivo al que iba dirigido en un inicio), si bien, y posteriormente, recobra el hilo para ir o dirigirse a donde quería en un principio. Su velocidad asociativa podría acercarnos a la idea de Fugacidad de ideas con una cierta tendencia a la Logorrea. Por lo que atañe al contenido del mismo oscila entre dos temas principales: por un lado las preocupaciones de tipo somático que se acompañan de dolor en varias zonas del cuerpo y alteraciones cardíacas que requieren un cierto control médico; y una preocupación por la cultura, la falta de sensibilidad, de coherencia en la sociedad, en sus gentes, la pequeñez de algunos personajes, preocupación que viene acompañada por un discurso intelectual, rico en matices, colores, detalles por los que se “demuestra” la cortedad del resto de la población en general
En el terreno de lo que podríamos denominar perceptivo, presenta, junto las preocupaciones que señalaba anteriormente, sensaciones dolorosas varias que se desplazan por el cuerpo y que le requieren de un “tomar conciencia” constante o frecuente de su presión arterial, de su respiración, de la tonalidad de su cuerpo, mostrándome en ocasiones, cómo se le ha inflado el estómago como consecuencia, dice, “de la ansiedad que tengo”.
El nivel de ansiedad es elevado y en el contacto, que es bueno en general, presenta una cierta impostura en sus saludos, en lo ceremonial de su deambular, una especie de “educación exagerada”. Este nivel de ansiedad se acompaña, en ocasiones, de pensamientos de índole depresiva asociados a la realidad de su vida.
La realidad de ésta es que le ha llevado a una soledad absoluta, a pesar de la gran cantidad de gente con la que se rodea. A ella ha llegado tras numerosísimas frustraciones dolorosas con perjuicios económicos, afectivos y personales de importancia. Sin embargo, todas estas capacidades intelectuales que posee, le incapacitan totalmente para poder rehacer la vida con un nivel de satisfacción mínimo deseable.
Ante esta situación, la complejidad del caso, a pesar de su apariencia simple, conlleva un peligro: dado que posee numerosos contactos con todo tipo de profesionales, va depositando en todos y en cada uno de ellos una parte del material que le asusta y angustia. Su forma de vivir y de trabajar dificulta el establecimiento de una pauta de tratamiento mínimamente sistemática. Ora puede venir, ora no. Entre estos profesionales nos encontramos tres: su médico de referencia, su psiquiatra y su psicólogo. En este caso, pues, la escisión entre los denominados aspectos orgánicos, los psiquiátricos y los psicológicos corren el riesgo de verse escindidos. Dada la realidad de su padecimiento físico, con alteraciones nacidas de la ansiedad que le ponen en riesgo de dispararle un problema cardíaco las posibilidades de que acuda a su médico de cabecera para controlar la presión arterial, para comprobar los trastornos digestivos, etc. suponen una ocasión de otro para que éste (si no fuese quien es) cayese en la tentación de andar por su cuenta; pero lo mismo nos puede pasar con el psiquiatra. Dados los niveles de ansiedad, reacciones fóbicas ante algunas situaciones de violencia social, los trastornos del sueño, todo ello, pueden propiciar que el profesional de la psiquiatría realice intervenciones divergentes con el médico de cabecera o con el psicólogo mismo. Este, por otro lado, puede quedar seducido por un lado por las capacidades intelectuales y la riqueza asociativa de su paciente, olvidando los aspectos de su realidad física y de los aspectos de su ansiedad. Por otro lado, y más allá de la complejidad del ser humano que se expresa a través de su cuerpo y de su mente, podría querer encerrar la situación en un excesivo psicologicismo que pudiera poner en peligro aspectos más concretos como los abordados por otros especialistas.
Con todo las dificultades de dicha escisión son compensadas por la capacidad de establecer una red entre los tres de forma que el paciente en común pueda percibirse contenido entre los tres. En cualquier caso, las dificultades que pueden emerger, se comenzarán a percibir con el paso del tiempo; cuando, llegado el caso de requerir una mayor coordinación, comiencen a presentarse los problemas de encontrar tiempo para establecer comunicación entre ellos, por no decir las derivadas de la lejanía física con la que se encuentran estos tres profesionales. Y en los momentos en que P. A. inicie contactos, movido por su propia angustia con los profesionales sin informarnos de tal iniciativa y animado por su propia capacidad para escindir aspectos de su propia personalidad.