Mi cuaderno de Bitácora del 15 de Septiembre de 2010
15/09/2010
Fuente: Sunyer
La reflexión de hoy se centra en el tema del lenguaje: en cómo a partir de las definiciones y significados que le damos a los espacios que creamos, se va condicionando la relación que queremos establecer.
Lo que dicen las palabras.
Hoy hablamos un poco de los términos que utilizamos para definir eso que hacemos con los pacientes, y también sobre cómo entendíamos e incluso denominábamos a la persona que viene pidiendo ayuda. Esto nos plantea un problema un poco serio y que tiene que ver con lo que dicen las palabras.
El hombre es un animal parlante, ¿verdad? Es un animal que hace algo más que ronronear o emitir sonidos guturales o vocales sin sentido. Muy seguramente cuando aquellos primates de los que procedemos comenzaron a emitir sonidos y a atribuir significados a estos sonidos fue el momento en que se inició eso que llamamos lenguaje. Pero la atribución de significados no era una cosa individual, ya que si así fuere o hubiera sido, el resultado sería el lenguaje particular entre esas dos personas (siempre se precisa del otro para eso). Eso significa, a mi modo de ver, que es el contexto en el que se organizan los significados donde reside la base del lenguaje. Claro está que esos acuerdos no provienen de que una persona hiciese un listado (no se sabía escribir) y propusiera en asamblea llegar a un acuerdo respecto a, por ejemplo, si el sonido “choza” aludía a eso o a aquello. No. Lo más probable es que esos acuerdos fuesen más o menos tácitos y aceptados por todos los primates que nos antecedieron en un momento.
Cuando el cachorro humano aparece en el seno familiar, ya nace en un contexto en el que el lenguaje está establecido. Lo que sucede a continuación es como un milagro de la naturaleza humana: ese cachorro tiene una capacidad innata en poder discernir los sonidos que corresponden al lenguaje de aquellos otros que no. Y a irles adjudicando significados a partir de lo que percibe, por lo que su estructura mental se va organizando de la misma forma como se organiza el lenguaje. ¿Y cómo se organiza? A partir de asociaciones, lazos asociativos que van constituyendo una matriz que es la que es capaz de mantener al sujeto, al cachorro y posteriormente al adulto, dentro de un marco de referencias simbólicas que le sirven para poder seguir manteniendo los significados asociados a los sonidos que escucha o emite. Y todo esto son siglos de evolución, siglos en los que hay toda una serie de vivencias colectivas que van favoreciendo o inhibiendo determinadas cadenas asociativas. Estas cadenas no sólo articulan sonidos (fonemas) sino que lo hacen con agrupaciones de los mismos (lexemas, morfemas), así como con los significados y todo lo que a ellos se asocia.
Cuando estéis ante personas cuya problemática psíquica sea tan profunda que genera interferencias graves en el sistema asociativo, veréis cómo las palabras pueden quedar desprovistas del correspondiente grupo asociativo de significado, pueden quedar desprovistas de la correspondiente carga afectiva, pueden fragmentarse de manera que de una porción de una palabra puede unirse a otra generándose así, un casi imposible sistema de comunicación. Pero no hace falta llegar a un grado de alteración psíquica para poder ver eso. En el lenguaje habitual y con mucha frecuencia, hacemos asociaciones más o menos ocurrentes, más o menos divertidas, que sirven en unos casos de material creativo o lúdico, y en otros casos (como es el que nos corresponde por profesión), para poder comprender algo más de lo que nos dice el sujeto. Y, en la medida en que nos resulta posible, entender algo de lo que decimos.
En este marco conceptual que os he dibujado de forma rápida podemos enmarcar parte de lo que hoy hablábamos. Y, si os fijáis un poco, lo que hablabais entre vosotros y la forma mediante la que llegabais a una conclusión u otra. Porque el sistema que utilizamos fue que entre vosotros teníais que ir considerando, por ejemplo, cómo denominabais a quien consultaba. O cómo diferenciabais orientación de otras palabras. ¿Qué hacíais? Hablar para poder ir delimitado significados. Pero cuando iba a visitaros, ¿qué hacía? Proponer algún pequeño quiebro en la conversación para que pudieseis volver a pensar lo que habíais pensado.
Fijaros que si hablamos de orientación, parece que la idea guarda relación con la de orientar, ¿verdad? Y me decíais con acierto que quien busca un orientador será porque anda desorientado, perdido, confuso. E indicabais que era más suave ir a un orientador que a un psicólogo ya que éste último parece tener una connotación más compleja, más de recomponer o reestructurar todo un sistema psíquico, cosa que no hacía o no debiera hacer el orientador. O sea que hay algo en la cultura que nos marca que ir a un consejero, ir a un orientador, a un psicólogo o a un psicoterapeuta, son cosas diferentes. Y que algo hay que las diferencia, claro.
Otro tanto sucede con palabras como paciente, usuario, cliente…, términos todos ellos que parecen denotar algo de la valoración que cada uno hace del otro (o en muchos casos de sí mismo) y también la que se realiza del tipo de relación que se va a establecer y hasta de los objetivos de la misma. Esto quedaba claro cuando os decía que se os podía ver como alumnos, o como clientes de la universidad, o usuarios de la misma.
Todo esto es importante tenerlo en mente ya que la relación que vamos a establecer va a venir determinada, en buena medida, por esos aspectos. Porque, por ejemplo, si acudo a un orientador posiblemente es que tenga la sensación de que necesito que alguien “me oriente”. El problema comienza a hacerse un poco más complejo porque puede ser que mi idea de orientador no sea la que el orientador tiene del hecho de orientar. Es decir, puede ser que crea que me va a aclarar cómo tengo que apañármelas ante estas sensaciones de tristeza que tengo y que el orientador considere que para poderme orientar precisa saber las razones o lo que hay tras la tristeza. O si considero que soy usuario de los servicios de un profesional quizás es que considere que pesan unos derechos que tengo como “usuario” y por lo tanto puedo sentirme con el derecho a exigir que se me faciliten no sé qué datos u orientaciones para poder conseguir no sé qué cosa; y puedo tener un problema si el profesional no me considera como tal usuario sino como alguien que padece por no tener eso y a partir de ahí… Pues bien, estas cosas se insertan en la relación y puede ir generando toda una serie de malos entendidos con consecuencias en ocasiones desastrosas.
Estas consecuencias desastrosas pueden arraigar en el espacio asistencial que ofrecemos interfiriendo en las lógicas relaciones de interdependencia que se establecen mediante eso que podemos llamar “malos entendidos” y, en consecuencia, hacer mucho más complicado nuestro trabajo.
Si traslado algo de lo que estoy escribiendo a la relación académica (que en nuestro caso la configuro como si fuese una relación asistencial para que podamos ver a través de ella lo que sucede en el espacio clínico) quizás parte de los aspectos paralelos están en la forma de trabajar. Si, por ejemplo, uno parte de la idea de que una asignatura universitaria debe funcionar como el resto de las asignaturas, lo lógico es que cuando se encuentra sentado en un círculo junto al resto de compañeros con la consigna de “de qué queréis hablar”, se le desaten todo tipo de fantasmas que le desubican y desorientan. Ello significa que deberé ir entrando poco a poco en esta modalidad de trabajo para que esos fantasmas no interfieran mediante eso que llamamos “malos entendidos” y podamos realizar la tarea tal y como la tengo pensada y elaborada.
Un saludo.
Dr. Sunyer (15/9/2010)
El planteamiento es muy sencillo. La clase es un espacio en el que estamos muchas personas, como 50 o más.Uno puede considerarla desde diversas posiciones, pero personalmente prefiero pensar que estoy con un grupo. No ante un grupo sino en él. Este conjunto de personas que lo constituimos establecemos inevitablemente una serie de interdependencias, vinculantes muchas de ellas, que determinan no sólo la atmósfera grupal sino la manera de relacionarnos y los sentimientos que se derivan de todo ello. Cierto es que dado que trabajamos unos textos determinados, hay muchos elementos que se activan a través de la lectura de los mismos. Y la experiencia me indica que esos mismos elementos se activan también en las relaciones que establecemos en el grupo. Estos escritos son las reflexiones que desde mi puesto de conductor de ese grupo van aflorando en mi mente y que sirven, eso espero, de reflexión y de trabajo complementarios a la asignatura.