Mi cuaderno de Bitácora del 22 de Septiembre de 2010
Sunyer, J.M. · 22/09/2010
Fuente: Sunyer
Hoy fue un día en el que la propuesta de trabajo tenía una complejidad importante porque el tema se las traía: la experiencia significativa. Ahí van mis reflexiones al respecto.
Las idealizaciones.
Cuando uno está en los primeros momentos de su desarrollo profesional, bien sea por la temprana edad o por las iniciales experiencias, la tendencia es a idealizar sus actuaciones y las respuestas que obtendremos y los resultados finales. Esto es parte de un proceso normal que los humanos ponemos en marcha en cualquiera de las circunstancias de la vida. Hasta el punto que sería como casi inconcebible pensar en alguien que al inicio de un proyecto, de una empresa, de cualquier actividad humana, no idealizara y proyectara en tonalidad positiva o hiperpositiva lo que va a realizar. Porque si no es así, ¿qué esperanza o que deseo abriga para ponerlo en marcha si lo que planeamos ya de entrada comienza y sigue con mal pie?
La misma circunstancia ocurre cuando se vende un producto. No parece que abrigue muchas esperanzas de éxito aquel comerciante que trate de vender el producto señalando los aspectos negativos del mismo o no inoculando ilusión en quien lo adquiere de forma que sea a través de la ilusión la manera de adquirir el producto. Y si esto lo trasladamos a un marco formativo, igual. No creo que exista curso en el mundo real que pretenda tener alumnos partiendo de la premisa de que no van a aprender nada de nada, o que aquello que aprendan les va a servir de poco o de muy poco. Si empezamos así, ¿Quién se matricularía?
Si me traslado al ámbito asistencial me encuentro con la misma circunstancia. Si me planteo cómo voy a realizar un tratamiento, cómo debe funcionar una entrevista, cómo voy a ser ante los pacientes, etc., no me organizo mis escenas mentales pensando en negativo, sino lo contrario. Y claro, en esta tesitura, cuando me digo a mí mismo cómo debería ser una relación asistencial, apunto alto. Y creo que es desde esta óptica desde donde hablaban los autores que aparecían en el capítulo de hoy: experiencia significativa; ser coherentes, congruentes, auténticos; tener respeto positivo e incondicional; disponer de una comprensión empática y ser capaces de comunicar. Estas ideas creo que provienen de Rogers.
Ahora bien, acercándome a vosotros desde donde lo hago, me encuentro ante un dilema: podemos (puedo) pasarnos por estas ideas y subrayar lo beneficioso de ellas, o tratar de tocar un poco con los pies en el suelo, y ponernos a reflexionar. Lo que, como habéis visto, no resulta fácil.
Cuando esta mañana y ayer leía el capítulo para andar un poco sabiendo de qué iba la sesión de hoy, veía la facilidad con la que marcamos unos ideales que, siendo ciertos, creo que introducen una dura exigencia en vosotros. Porque, por poner un ejemplo, si fuese un alumno al que le dicen que debe procurar al paciente una “experiencia significativa” estaría asustado. De entrada por la edad pero luego por las circunstancias. Porque ¿cómo entiendo eso de la “experiencia significativa” y cómo me las apañaré para que eso sea así? A no ser que entendamos como tal algo que para quien venga tenga significado, sea útil por alguna característica de esta misma experiencia.
¿Qué le puedo aportar a quien acuda para que le ayude en algo? La verdad es que de entrada, así a primera vista, lo que creo que le podemos aportar es las ganas de ayudar. Es decir, nuestra colaboración para tratar de serle útil en algo. De forma que si rebajamos nuestras expectativas, si las bajamos a zonas casi de mínimos, la idea de serles útiles en algo ya es suficiente. Cierto que muchos de vosotros diréis, ¿cómo sólo algo? Pues sí, sólo algo. Y muy posiblemente porque las personas que acudan a donde vosotros, por raro que os parezca, no han tenido la experiencia de que alguien se ponga a su disposición para tratar de ayudarles en algo. Y así, al bajar las expectativas vuestras comenzamos a estar algo más cómodos. Pero… me seguiréis diciendo, ¡esto es muy simple, muy poco científico! Ya. Aceptemos de entrada que es “poco científico”, pero cuando alguien busca ayuda alrededor suyo suele encontrar quien le da recetas, le sugiere grandes soluciones, y se desespera con él en el desespero común. Pero no le ofrece un espacio de tu a tu en el que poder compartir algo y tratar de ver qué demonios hay ahí detrás.
Una vez que tenemos claro que “sólo vamos a tratar de ayudarles un poco”, es decir, bajadas nuestras exigencias y por lo tanto también las suyas, podemos hacer algo más. Tener mucho respeto por lo que nos cuentan. Porque eso que cuentan, eso que les desespera o que les genera confusión, desazón, malestar, eso es sufrimiento. Y creo que lo menos que podemos darles es el respeto que representa ese sufrir. Y seguramente sufren porque se encuentran o se han metido en un berenjenal del que no saben cómo salir. Y si se metieron en él no era a sabiendas que iban a salir con arañazos y demás males, sino porque creyeron que era lo mejor que podían hacer con sus vidas. Es decir, que los errores que pudieron cometer, o las situaciones en las que se pueden encontrar, los líos, los infortunios, no han sido sino la consecuencia de desarrollos que partieron de estados de gran confusión personal. Confusión a la que se llegó por niveles de sufrimiento grandes. Pero sólo eso. Esto significa que si pienso en los niveles de confusión en los que se encuentra esa persona que tengo delante deberé tener mucho respeto con lo que me cuenta. Por horrendo que sea o me parezca.
Si quien tengo delante percibe con claridad que respeto su situación (pudiendo estar en desacuerdo totalmente con ella, pero esta es otra cuestión) podrá percibir que mi deseo de ayudar es cierto, es honesto. Estoy para eso, no para curarla de nada, ni para cambiarla nada, ni… Esa incondicionalidad de mi posición ante lo que me cuenta (por raro, absurdo, horripilante, vergonzoso… que me parezca) hace que me pueda ver como alguien que no pretende más que ayudarla desde el lugar en el que se encuentra. Es más, que estoy interesadísimo en aprender de su experiencia, de aprender cómo llegó a esta situación, cómo o qué circunstancias la llevaron a este estado de sufrimiento. Y ese interés que no pasa por ir anotando qué le pasó, dónde y cuándo, sino por ir captando las circunstancias personales por las que anduvo, es el que nos va a ir posibilitando empatizar con él. Fundamentalmente porque esa comprensión no es tanto una forma de saber intelectual, una forma de hacer hipótesis mentales que posiblemente están más al servicio de no comprender que a otra cosa sino que es una manera de empaparse de su experiencia vital. Tratando, incluso, de comprender las acciones más raras o complejas desde su propia visión del mundo como si nosotros estuviésemos mirándolo con esos ojos con los que vio lo que le sucedía. Eso es lo que significa esa comprensión empática a la que alude Rogers.
Pero claro, eso que estamos oyendo, eso de lo que estamos participando que no es otra cosa que la comprensión de esa forma de experimentar la vida particular de la persona que tenemos delante, eso sólo puede compartirse a partir del diálogo con él. Del diálogo, de la comprensión, de ir como complementando su pensamiento con el nuestro de manera que vea y perciba que estamos pensando como él es como va a poder tener esa experiencia significativa de la que hablábamos al principio. Ahora bien, no es nada fácil (y posiblemente menos para vosotros dada vuestra edad) entender la idea de diálogo. O al menos la que tengo. Esto se observa mucho en clase: dialogar supone de entrada y fundamentalmente, escuchar al otro. No es hacer que el otro me escuche o me entienda sino escucharle; y a partir de esa escucha, aportar algo que sirva para seguir el desarrollo del pensamiento. Y entiendo que eso no es fácil. Con frecuencia (por no pensar en la influencia de los medios de comunicación) se entiende el diálogo como una discusión para ver quién de los dos tiene más razón. Y ese no es el diálogo del que hablo. Si nos atenemos a la etimología de la palabra, ese diálogo es ir paseándonos por el espacio del habla, es ir transitando con el otro a partir de la escucha de lo que dice y aportar ideas que complementen su pensamiento; no que lo rebatan. Si hacemos eso, lo que percibe el paciente es fundamentalmente que se le escucha. Y esta es otra experiencia significativa: sentirse escuchado. Y al escuchar lo que me dice o lo que nos dice el otro e insertar palabras o ideas que complementan su pensamiento, lo que hacemos es aprender a comunicarnos con él.
Esta experiencia única es en la que se fundamenta el proceso asistencial. En este fundamento, en estos cimientos, nuestra actitud de sinceridad con él y de transmitir ideas y pensamientos coherentes con su discurso, y de tratar de ser congruentes con él y con sus circunstancias nos posibilita alejarnos de formas de hablar por hablar, de hablar “políticamente correctos” con el otro. Y puesto que lo que se está estableciendo es una base de sinceridad en las comunicaciones, lo que aparece a continuación es una complicidad con el paciente y sus circunstancias desde la que podemos decir lo que nos de la gana. Y eso tal cual suena; pero siempre desde la complicidad. Hay que conseguir establecer ese punto de complicidad con todos y cada uno de nuestros pacientes. Y conseguir que la tengan con nosotros. Y ahí empieza la otra parte de la experiencia significativa que tiene doble vertiente: para ellos en tanto que disfrutan de poder tener esa complicidad, y para nosotros porque nos vamos humanizando poco a poco. Y esta última experiencia, significativa para nosotros, es la que nos posibilita seguir trabajando hasta más allá de los setenta y siete que es la que el gobierno cree que acaba la vida útil de las personas. Con lo que podríamos estar muy en desacuerdo. La vida útil debe acabar cuando nos meten en la caja.
Un fuerte abrazo
Dr. Sunyer (22 de septiembre de 2010)
El planteamiento es muy sencillo. La clase es un espacio en el que estamos muchas personas, como 50 o más.Uno puede considerarla desde diversas posiciones, pero personalmente prefiero pensar que estoy con un grupo. No ante un grupo sino en él. Este conjunto de personas que lo constituimos establecemos inevitablemente una serie de interdependencias, vinculantes muchas de ellas, que determinan no sólo la atmósfera grupal sino la manera de relacionarnos y los sentimientos que se derivan de todo ello. Cierto es que dado que trabajamos unos textos determinados, hay muchos elementos que se activan a través de la lectura de los mismos. Y la experiencia me indica que esos mismos elementos se activan también en las relaciones que establecemos en el grupo. Estos escritos son las reflexiones que desde mi puesto de conductor de ese grupo van aflorando en mi mente y que sirven, eso espero, de reflexión y de trabajo complementarios a la asignatura.