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jueves, junio 1, 2023
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La contaminación del objeto de estudio 

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Mi cuaderno de Bitácora del 12 de octubre de 2010
Sunyer Martín · 13/10/2010
Fuente: Sunyer
Fue una entrevista que duró unos veinte minutos y en la que se vió con bastante claridad cómo se instalaba en la relación asistencial lo que podríamos llamar las características de ese objeto de estudio que era el jardinero.

La contaminación del objeto de estudio.

Hoy fue un día de esos novedosos. En realidad de los que me gustan porque rompen un poco la monotonía académica (si es que nuestra clase es monótona). Y sucedieron varias cosas sobre las que me gustaría que reflexionásemos un pelín.

A., estuvo excelente en aquella entrevista a ese jardinero con la idea de que saliera en la contra de la Vanguardia. Como señalaba en su momento, se sentía desconcertada, como asustada ante la responsabilidad que se le venía encima. En este punto y a su favor quisiera señalar que fue la que aceptó la solicitud del profesor ya que todos los demás mirábamos nuestros apuntes o nos hacíamos los suecos ante la propuesta. Con esto la habéis dado unas vitaminas que, por lo que me imagino, no esperaba a día de hoy, un lunes tan miércoles como ha sido.

Y ahí estaban ella y el jardinero. Y se inició el baile que supone toda entrevista profesional. Baile en el que mandaba él. Y aquí una primer aprendizaje: siempre marca el ritmo el paciente que, en este caso era un jardinero. Y este personaje que se fue creando a partir de la relación que se estableció con A., hablaba de lo suyo, de sus jardines, de sus plantas… y poco a poco fue haciendo pinceladas en el aire respecto a lo que era en realidad. Y, aunque A., intentaba ampliar los horizontes de la entrevista, ésta se iba quedando enmarcada en los lindes que nuestro jardinero había trazado. Bueno, en realidad y por lo que fuimos descubriendo, este jardinero tenía trazados los límites en todo lugar: en su casa, en el barrio, en sus parejas, en… y esto es lo que gracias al tipo de baile que A., bailó fuimos aprehendiendo de la relación que se estableció.

¿Qué cosas podríamos subrayar de entrada? La primera que quien tiene la sartén por el mango es el paciente. Pero este poder no es algo que uno lo tenga planificado previamente. Es el resultado de su forma de funcionar en la vida. Y ese poder (incluso con el silencio se tiene poder) en la vida profesional tiene un valor importante: nos informa de cómo el paciente establece las relaciones con su entorno. Esto significa que, al menos desde mi experiencia, cuando los profesionales pretendemos tener el mango de la sartén lo tenemos mal. No se trata de ver quién manda aquí, sino de establecer una relación que posibilite que ese aspecto de la realidad del paciente se instale en la relación.

Posiblemente en la vida real lo que suceda es que realmente se dan luchas por ver quién tiene la sartén de la relación. En las parejas, en determinados grupos de amigos, en lugares sociales, siempre se detecta quien tiene el poder y quien o quienes se lo disputan. Bueno, esto es así y muchas veces aparecen serios problemas de convivencia. O al que pretende determinar la forma de relación de forma tan impositiva se le deja solo: ya encontrará quien le soporte. Y en el caso del jardinero ya lo vimos. Ni las siete parejas con sus hijos correspondientes, ni su propia familia. Ni los vecinos. Y además, como tenía tan mala…, pues que cualquiera se ponía en su contra y por lo tanto huían como gato escaldado de semejante relación.

Pero en el marco asistencial es otra cosa. Como nosotros no estamos para ver quién manda y quién no, la relación que establecemos con los sucesivos jardineros con los que nos encontremos será aquella que venga determinada por ellos. Y la única razón es porque ahí no estamos como amigos de él, ni como colegas. Somos sencillamente profesionales al servicio de algo que esta persona viene a buscar en nosotros (o en el servicio o unidad en la que trabajamos). Por esto el desconcierto y la desazón de A., quien como cualquier otro profesional se encontraba ante una entrevista a ciegas, una entrevista en la que el único objetivo era hablar.

La segunda cosa es eso que denomino “contaminación del objeto de estudio”. El jardinero tenía una teoría del vivir, de cómo debía organizar la vida personal y la de los que le rodeaban que, a lo largo de las sesiones que hubiésemos tenido con él, acabaría impregnando la relación que se estableciera. Impregnando porque no puede ser de otra forma. Recordad los hilos con los que el día pasado trataba de mostraros las interdependencias que se establecen. Esos hilos que van a marcar la relación con el profesional se corresponden con los que han determinado sus relaciones con sus semejantes. Relación que, como dijo, comenzó a dibujarse a los 12 años aproximadamente (creo que es eso lo que dijo). Si esto lo trasladamos, lo trasladáis a otras patologías significa que siempre os encontrareis que esa patología se instala en la relación que se establece con el paciente (y viceversa). Aquí, en Singapur o en la Conchinchina. Esa contaminación es producto de eso que habéis escuchado o estudiado en otros espacios de esta Universidad y que recibe el nombre de transferencia; sólo que es algo más complejo porque incluye a todos los elementos relacionales con los que se ha constituido como tal. Y os diré más: se instala en los equipos de profesionales que acaban siendo contaminados por las características patológicas de quienes son sus pacientes. E incluso me atrevería a decir algo más (y es un regalo para los de organizaciones): toda organización acaba reproduciendo los elementos normo y patogénicos de los productos o de los objetivos de tal organización. C’est la vie.

Tercera cosa. Os pregunté que qué era lo que habíais sentido, ¿verdad? Se dijeron tres cosas y se calló otra. Se habló de Angustia, Aburrimiento, Impotencia. Y se calló el estupor con el que muchos parece que os habíais quedado. Las cuatro cosas (y otras que me callo en este momento porque no es pertinente) constituyen algunos de los mimbres con los que el jardinero tejió la relación que establecía con A., y con el contexto en el que nos encontrábamos. ¿A que no lo habíais pensado? Esa forma de hacer, esta forma que tiene nuestro jardinero de establecer relaciones con su entorno genera angustia, aburrimiento, impotencia y estupor. Angustia porque las emociones que activa alguien con tan mala uva, alguien que es incapaz de pensar en que existen seres humanos a su alrededor, alguien que en realidad acude a la entrevista (recordad la última frase) sólo para asegurarse que aparecería en La Contra (así sería famoso y haría famosa su teoría de la energía mundial) son tantas y tan fuertes que angustian a quien va a trabajar con él. Aburrimiento (ved diccionario etimológico) porque horroriza la soledad en la que se encierra, el nivel de agresividad que maneja, el encierro en sí mismo y la manipulación de sus semejantes hasta niveles de asqueo. Impotencia porque las posibilidades son mínimas dado que todo ser humano es considerado por él como ser sin vida, ser al que debe rescatar o de lo contrario es visto como enemigo (tomates verdes fritos). Y finalmente estupor ante aspectos de la realidad asistencial que van apareciendo en la pantalla del cine de esta asignatura que pretende ayudarnos un poco en ese proceso de iros haciendo profesionales. Y eso que sentíais lo sentíais en tanto marco en el que A., y el jardinero se intercambiaban ideas, pensamientos e incluso alguna pequeña emoción. El marco, pues, la organización, queda afectada por lo que sucede en los pequeños despachos en los que se lidia cada uno de los toros de nuestra fiesta particular.

Cuatro. ¿Qué es una idea delirante? Más allá de las definiciones de diccionario y de la psicopatología que conocéis mejor que yo, una idea delirante no es más que un ropaje con el que pretendo sobrevivir ante algo que me es literalmente imposible de sostener. Por lo tanto no debemos combatir esas ideas: son su mecanismo de supervivencia. Pero, ¿entonces qué debemos hacer? Más allá de lo que decía mi buen y recordado amigo Jorge García Badaracco (recientemente fallecido) respecto a los “bocaditos de salud mental”, fijaros que muchos de vosotros ya dibujasteis parte de lo que debíais hacer. De entrada, ganaros la confianza. Confianza que en este caso no se trata (respondiendo a la pregunta que me hizo un compañero vuestro al salir de clase) de saber de jardinería sino de aprender de su jardinería. En el fondo es el viejo truco de los griegos para entrar en Troya. Cuando el profesional se gana la confianza plena del paciente, va pudiendo hacerse un hueco en su vida, en su interior, en él. En términos psicológicos diríamos que pasa a ser un “objeto del yo” cuya función (lo dijisteis varios) es la de ir introduciendo pensamientos, ideas, palabras que posibiliten que nuestro jardinero amplíe su campo mental. Y eso conlleva tiempo, mucho tiempo: el necesario para irse asegurando que la confianza se mantiene, ir asegurando esa función “objeto del yo” mediante la que el “yo” va a poder realizar un redesarrollo.

Quinto, y para terminar, sólo una cuestión que quedará en el aire por si a alguien le apetece ahondar en ella: ¿qué representábamos A., y el jardinero? Porque la entrevista no estaba preparada por ninguna de las dos partes. Mi propuesta sí, pero no ni la persona que iba a aparecer ni cómo iba a ser. Ello me hace pensar sobre qué elementos del grupo-clase podían estar representándose mediante esa pareja fantástica que nos amenizó un poco la clase de hoy.

Un saludo.

Dr. Sunyer (13 de octubre de 2010, San Eduardo)

El planteamiento es muy sencillo. La clase es un espacio en el que estamos muchas personas, como 50 o más.Uno puede considerarla desde diversas posiciones, pero personalmente prefiero pensar que estoy con un grupo. No ante un grupo sino en él. Este conjunto de personas que lo constituimos establecemos inevitablemente una serie de interdependencias, vinculantes muchas de ellas, que determinan no sólo la atmósfera grupal sino la manera de relacionarnos y los sentimientos que se derivan de todo ello. Cierto es que dado que trabajamos unos textos determinados, hay muchos elementos que se activan a través de la lectura de los mismos. Y la experiencia me indica que esos mismos elementos se activan también en las relaciones que establecemos en el grupo. Estos escritos son las reflexiones que desde mi puesto de conductor de ese grupo van aflorando en mi mente y que sirven, eso espero, de reflexión y de trabajo complementarios a la asignatura.

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