Mi cuaderno de Bitácora del 6 de octubre del 2010
09/10/2010
Fuente: Sunyer
Con retraso debido a los diversos compromisos que se han congregado estos días, os expongo algunas de las ideas que aparecieron en la clase del día pasado.
Las interdependencias vinculantes.
He tardado (y creo que tardaré un poco más de lo previsto) en ponerme a escribir tras la sesión del día pasado. La realidad siempre acaba siendo más dura de lo que en ocasiones uno la dibujaría; pero no hay más cera que la que arde, o sea que a apechugar.
Recuerdo la sesión con cierto cariño. Por arte de birlibirloque comenzamos a ir trenzando líneas entre Pepe y María de forma que se comenzaba a percibir (el tiempo no daba para más) cómo se van organizando los vínculos que nos determinan y mediante los que determinamos a los demás. Fue una sesión en la que parecía una clase de párvulos, como bien me dijo una persona; es decir que había sido una sesión con material muy básico, sencillo. Aunque lo que se trataba de explicar (y creo que muchos captasteis bien) era y es bastante complejo.
“Una clase de párvulos”. Lo cierto que lejos de mi ofender a nadie. Aunque es posible que alguien pudiese sentirse ofendido. Pero la idea genial que define estas líneas, “de párvulos”, en realidad se ajusta muchísimo a una realidad humana. Los hombres cuando estamos en contextos grandes (una clase, un espacio laboral como puede ser el hospital, un contexto social…) nos empequeñecemos. La gran cantidad de relaciones que aparecen ahí sólo pueden ser contenidas, al principio, desde una posición infantil, de párvulos. Pero no porque lo seamos sino porque disminuyen y hasta se paralizan las capacidades cognitivas impidiéndonos pensar. Y eso no es consecuencia de una inmadurez sino lo que proviene de estar con tanta gente, con tantas relaciones y al tiempo, tanta desmembración. Y esta es una de las razones por las que en ocasiones en una clase se pierde la claridad de comprensión, la capacidad de pensar, la de poder expresar algo. Eso, pues, no es consecuencia de carencias en las personas sino la que proviene de las características del contexto. Pero curiosamente, poco a poco, vais participando más. Os vais atreviendo a aportar ideas, por raras que parezcan, y así ir tejiendo una matriz de relaciones que son las que nos constituyen como participantes de este grupo llamado clase.
Luego, ya en el grupo grande fue apareciendo un tema que parece que os preocupa: la relación asistencial que planteo. Y también aparece la tensión entre lo que habéis oído en otros lugares y lo que os digo desde mi experiencia clínica, incluyendo aspectos que tiñen la relación asistencial de colores menos rosas. Volvamos pues a la relación asistencial.
Los lazos que se iban configurando desde Pepe y desde María, los vinculaban a personas que tenían a su alrededor y que de forma mínima representaban no sólo el grupo familiar sino que podrían representar a personas de otros grupos de pertenencia. Esto nos permite pensar en una realidad del ser humano diferente de la que habitualmente tenemos en mente: el individuo como punto nodal de una inmensa y compleja matriz dinámica de interdependencias cuyos lazos o líneas de unión tienen entre otras una función comunicativa. Es decir, la visión individualizada del individuo (de hecho de ahí viene el nombre, de algo que es indiviso) de hecho se corresponde a un aspecto de la realidad física y tangible: aquella que viene determinadas por una membrana que diferencia a un sujeto del otro. Y hemos ido construyendo una visión en la que prima ese rasgo que hace de cada sujeto un ente físicamente diferenciable del otro. Pero si nos atenemos a otros aspectos de la misma realidad podemos visualizar esa otra dimensión que nos permite considerar los fenómenos que se dan en las personas como algo más transpersonal, algo que liga, une, vincula y articula un sujeto con el otro. Esas líneas que en clase venían materializadas y visualizadas por aquellas lanas, por ejemplo, se corresponden a las líneas de fuerza que unen y separan unas personas de otras y que, a su vez, transmiten un tipo de información y de comunicación. Vayamos ahora a los espacios asistenciales.
Cuando llega un paciente lo que vemos delante es una persona que sufre. No vemos un amigo, sino una persona sufriente que viene a que le ayudemos en este sufrimiento. Por esto le llamamos paciente. Incluso podría aceptar (me cuesta mucho porque la lengua es la lengua) palabras como usuario, cliente… conceptos todos ellos que delimitan una determinada relación. Por ejemplo, si tengo una tienda o una librería, cuando entra una persona por primera vez, el hecho de mirarla y que me vea determina un inicio particular de la relación. Evidentemente que no tenemos la capacidad de saber la cantidad de información que nos hemos intercambiado; pero todo me da a pensar que mucha. Para él, seré el tendero, el dependiente que le orientará o no en relación a la compra de un producto. Para mí, será alguien a quien trataré de ayudar a encontrar lo que busca y si consigo ser lo suficientemente simpático y útil como para que pueda haber otras visitas, perfecto. Mi objetivo es no sólo que adquiera un producto de mi tienda sino que se sienta lo suficientemente atendido como para que si quiere otro producto similar, vuelva. En cualquier caso el objetivo se centra en la compra y en que se sienta atendido. Y supongo que el suyo es similar.
En nuestro terreno la cosa es algo diferente, pero no mucho más. La diferencia fundamental, creo, se sitúa en que el objetivo se encuentra en la persona que entra en nuestra tienda, a la que solemos llamar consulta. Y ¿qué es eso que se encuentra en la persona? Fundamentalmente malestar. Ese malestar puede ser pequeño o grande, claro. Pero es lo suficientemente importante como para que esta persona se ponga en contacto con nosotros. A partir de ese momento suceden cosas muy similares a las que sucedían en la tienda: el cruce de miradas y a partir de ahí, todo lo que va constituyendo el proceso de la comunicación va aportando datos de cómo es uno y el otro. Y en base a las capacidades perceptivas (es decir, en la medida que no hemos ido embrutenciendo la percepción) vamos a ir organizando una radiografía de las características del otro. Si soy simpático, atento, delicado, daré una imagen de mí que facilitará o no el contacto con él. Y viceversa. Estos aspectos constituyen la base sobre la que se irá construyendo eso que llamamos relación asistencial.
Sin embargo, dado que el objeto de interés no es algo ajeno al sujeto que entra sino que se sitúa en él mismo, no podemos andar ofreciéndole productos variados como sucedía en la tienda, sino que algo tendremos que hacer para tratar de ir entendiendo ese malestar que le aqueja. Y cada profesional (como cada tendero, librero…) tiene una hipótesis sobre el malestar en general. Y por lo tanto tendrá opiniones y actitudes, comportamientos y formas de proceder diferentes. Pero eso no hace que el malestar sea diferente; sólo la forma de abordarlo. Que, además, estará enmarcado en una particular comprensión del ser humano. En unos casos consideraré que el malestar (éste y todos, claro) son producto de procesos que se dan en el individuo; sean conductuales, cognitivos, o psicodinámicos (en realidad hay más, pero sólo cito los más conocidos). O consideraré que ese malestar es el resultado de un desequilibrio en el sistema familiar del que esta persona forma parte. O consideraré que esta persona expresa un malestar que también corresponde a los diversos grupos (sistemas) de los que forma parte en tanto que los procesos inconscientes que enmarcan las comunicaciones entre estas personas adolecen de serias dificultades, que es la posición grupoanalítica. En efecto, estas comunicaciones que vienen determinadas en parte por lo que llamamos mecanismos de defensa, constituyen unas interdependencias que vinculan a las personas entre sí, por lo que las llamo interdependencias vinculantes.
Desde este ángulo consideramos los fenómenos que se dan en la interacción entre el profesional y el paciente (y viceversa) en tanto que es ahí donde se ubicará una reproducción del malestar que le aqueja ya que, desde esta perspectiva, lo que es interno es externo y viceversa. Pero claro, eso supone que ponemos el acento en la relación que se establece entre el profesional y el paciente, cosa que, como me pareció percibir el otro día, generaba un cierto revuelo. ¿Y ese revuelo? Provenía de una confusión que aparece con frecuencia: entonces, ¿el profesional es amigo del paciente? Evidentemente, no. En absoluto. Y os lo vuelvo a explicar.
Uno de vosotros señaló en este momento del pensamiento grupal que había una diferencia: se cobra. Evidentemente con esta idea estaba apuntando a un hecho de la realidad que determina una posición absolutamente diferente de la que habría con un amigo. Y no tanto por lo crematístico, sino por el significado que proviene y viene determinado por el intercambio económico o el de servicios. Uno es el paciente y el otro no lo es. (Eso no significa que no padezca también, pero su sufrimiento no entra en el marco de la relación asistencial.)
La relación puede ser muy pero que muy importante. Puede abarcar ámbitos de una intimidad que es difícil de transmitir. Es más, aparecen ideas, comentarios, fantasías, temores, dudas, secretos… que ni las personas más allegadas a ese paciente saben ni tienen la más remota idea. Y eso aparece porque el profesional va posibilitando que el paciente se vaya abriendo, vaya confiando sus más recónditos secretos de sí mismo, vaya pudiendo escuchárselos y compartirlos con alguien quien le aportará visiones complementarias, ideas, sugerencias, emociones, sensaciones y todo un conjunto de cosas que ese paciente despiertan en él. Pero por muy íntimos que sean los elementos que se comparten, por muchos años de relación que de forma pautada, constante, sistemática, hayan tenido, todo eso no hace de esta relación una relación de amistad. Uno, el paciente, puede incluso considerarlo. Pero el profesional, no. Si entra en este terreno, comienza la confusión. Y esta, fundamentalmente, porque la asimetría con la que se enmarcó la relación queda truncada. Y en el fondo, en el fondo, porque la amistad es una compenetración simétrica, mientras que la profesionalidad, no.
Hasta el próximo día.
Un saludo.
Dr. Sunyer (9-10-2010)
El planteamiento es muy sencillo. La clase es un espacio en el que estamos muchas personas, como 50 o más.Uno puede considerarla desde diversas posiciones, pero personalmente prefiero pensar que estoy con un grupo. No ante un grupo sino en él. Este conjunto de personas que lo constituimos establecemos inevitablemente una serie de interdependencias, vinculantes muchas de ellas, que determinan no sólo la atmósfera grupal sino la manera de relacionarnos y los sentimientos que se derivan de todo ello. Cierto es que dado que trabajamos unos textos determinados, hay muchos elementos que se activan a través de la lectura de los mismos. Y la experiencia me indica que esos mismos elementos se activan también en las relaciones que establecemos en el grupo. Estos escritos son las reflexiones que desde mi puesto de conductor de ese grupo van aflorando en mi mente y que sirven, eso espero, de reflexión y de trabajo complementarios a la asignatura.