Mi cuaderno de Bitácora del 20 de septiembre del 2011
Sunyer · 20/09/2011
Fuente: Sunyer
La conversación que mantuvimos fue muy rica e interesante. De ella he podido crear este escrito.
La horizontalidad frente a la verticalidad.
El tema que centró nuestra conversación fue el de la verticalidad en oposición a la horizontalidad y generó, desde mi percepción, una gran pluralidad de posicionamientos, dudas, temores entre todos nosotros. Voy a intentar ser un poco más claro al respecto. ¿Qué entiendo por verticalidad y horizontalidad?
Si parto de la idea de que el hombre, el ser humano, es al mismo tiempo individuo y grupo social estoy subrayando un elemento que no suele ser recogido por la visión que la psicología tiene de él. No significa que el individuo se socialice ya que ello significaría que antes es ese individuo que posteriormente lo socializamos (o se socializa). Esta es una visión legítima y muy en boga. Quizás estoy diciendo lo contrario, que este ser de esencia social se individualiza; y al mismo tiempo se socializa.
Me encuentro ante la gran dificultad de poder explicar con mis palabras algo que veo con mis ojos. Y el obstáculo lo encuentro en las limitaciones de mi lenguaje que está imbuido de la idea que prioriza el individuo sobre lo social. Es decir, yo mismo me encuentro fabricado, hecho a partir de la idea que prima el individuo sobre su esencia social. Posiblemente si hubiera nacido en un poblado de la Amazonía o de cualquier lugar del África profunda dispondría de elementos en mi lenguaje que no me permitirían explicar lo individual. Aceptad, pues esa limitación.
Si el hombre es un ser ya cocinado, hecho, cerrado (por utilizar el término que usa N. Elias) es fácil pensarlo desde individualidad. Nací, crecí y me desarrollé, y poco a poco me fui socializando y aprendiendo a compartir eso que yo poseía y que me caracterizaba en mi individualidad. ¿Podríamos pensar que ese ser no es una entidad cerrada sino abierta? Si lo pensásemos desde este ángulo creo que podríamos llegar a la idea de un ser en constante construcción, en realidad coconstrucción puesto que tal proceso pasa y depende de todos los que me rodean. Por buscar otra forma de expresarlo y poniéndomelo en la clínica: cada paciente me construye como profesional, me forma y me deforma de una manera en función de sus necesidades. Y lo mismo sucede en el sentido contrario: cada paciente es construido por mí, lo deformo y lo constituyo a partir de mis necesidades, mis conocimientos, mis limitaciones y posibilidades. Visto desde esta perspectiva, los humanos estamos en constante construcción mutua.
Un conocido autor, F. Dalal, exponía en un libro la metáfora del agua que, con su permiso, voy a reinventar. ¿Existen gotas en el mar o sólo existe una gota en cuanto la sacamos de él? ¿El mar es una suma de gotas o es una entidad diferente en constante modificación y cambio? Es cierto que en el desarrollo (no en la evolución que son conceptos diferentes) de la humanidad hay un progresivo movimiento hacia la individualización; pero el proceso de individualización se realiza a partir del proceso de socialización. Dicho de otra forma: sólo a partir del hecho de ser parte del cuerpo social es cómo podemos alcanzar la individualidad. Somos individuos al tiempo que somos miembros y parte de lo social. No estoy anulando la individualidad sino tratando de recolocarla en nuestra esencia y base social de la que proviene.
Un bebé existe a partir del momento en el que sus padres comienzan a pensar en la posibilidad de que exista. Como veréis estoy hablando más allá del proceso puramente biológico. Y cuando los padres comienzan a pensar en la posibilidad, en el deseo, en la voluntad de tener un hijo, esa criatura que todavía no existe biológicamente está en la red mental formada por la pareja de padres. Esa red mental es social porque los padres son los representantes concretos de esa cosa que llamamos cuerpo social. Y cuando el óvulo ha sido fecundado, en ese mismo momento, aún antes de que la madre sepa que está embarazada, ese ser ya existe biológicamente. Y cuando la madre comienza a notar algo en su cuerpo que le indica que algo está sucediendo, aún sin saber a ciencia cierta que está embarazada, ella lo sabe. Y ese bebé que todavía es un embrión (lo que no significa que ya sea un humano) está en el seno del “agua social” al que la madre pertenece. El bebé, pues, nacerá en el seno de lo social y en su proceso madurativo irá adquiriendo aspectos a los que llamaremos individualidad.
Lo mismo sucede con un paciente. Antes de que el paciente acuda a vuestra consulta existe como paciente vuestro. Si vosotros no abrigáis la posibilidad de que acuda un paciente, ese, aún llegando a vuestra consulta, no será paciente. Y cuando piden hora o ves en tu agenda que va a venir fulanito, ese fulanito es paciente antes de verle. Y constataréis que no es el mismo proceso asistencial el que se realiza con un paciente cuando éste ya estaba en vuestra mente antes de que llegase que el que se desarrolla con pacientes que llegan sin lugar dónde arraigar.
Si parto, pues, de la idea de que el individuo es social antes que individuo, la relación que establezco con él contiene la idea de que ambos, él y yo, estamos en el mismo seno social del que somos sus representantes. Y habrá que comenzar a ver cómo se establecen las relaciones entre nosotros, cómo se van negociando los elementos de poder para que el resultado sea un espacio en el que ambos podamos enriquecernos y, colateralmente, enriquecer a la sociedad de la que somos deudores. Cada uno de nosotros dos (pero pueden ser más, claro) llega con su bagaje y con él puede hacer un par de cosas: ponerlas a disposición de crear algo que nos sea útil a los dos, o no. Creo que esa segunda posibilidad habla de la verticalidad.
Podríamos entender la verticalidad como el uso del poder que tiene una de las partes para imponer al otro lo que ése debe hacer, decir, callar, sentir…, al servicio de esa parte más poderosa. Hay personas a las que en muchas ocasiones ponemos el título de trastornos de la personalidad cuya horizontalidad sólo puede ser mantenida a partir de dosis de poder de uno y otro sobre el contrario. Es decir, se juegan muchas partidas para ver quién puede sobre quién y al servicio de qué. O los trastornos anoréxicos. Y muchos otros en los que la vida está en juego.
La verticalidad es útil y necesaria muchas veces. Y ahí la lógica os acompaña: un bebé precisa de la verticalidad para ir evolucionando. De la misma manera que lo necesitan un muchacho o un adolescente. O lo precisan personas cuyo estado de confusión es lo suficientemente importante como para precisar de un punto de referencia claro a partir del que podamos construir otra realidad. En situaciones de desastres naturales, de accidentes o situaciones de emergencia es preciso un elemento de verticalidad que posibilite que los elementos que confunden, confundan menos. Y eso tanto individual como colectivamente. Parte del fracaso social actual se debe a la falta de verticalidad al servicio de la colectividad. Y repito para que quede claro: al servicio del otro. Cuando la verticalidad está al servicio del otro, al servicio del grupo (es decir, de las personas que lo constituyen) es una verticalidad útil y constructiva. Si un paciente quiere suicidarse debo posicionarme en la verticalidad para evitarlo. Porque no existe la libertad de suicidarme; lo que no significa que no lo pueda hacer. Porque junto a ese acto de autoagresión hay paralelo un acto de heteroagresión: quien se mata, daña a los vivos que se quedan sosteniendo un hecho cuya digestión, cuyo dolor, perdurará al menos tres generaciones.
La horizontalidad es la construcción conjunta de los espacios terapéuticos en la que cada uno va a portando sus conocimientos, su experiencia vital y profesional al servicio de lo que estamos construyendo. Y repito eso: de lo que estamos construyendo. Porque eso que construimos, con los defectos y las variaciones que tenga, es algo que nos pertenece. Por ejemplo, cuando tras unos años de relación asistencial el paciente te comunica que va a ser padre o madre, ese hecho es algo que también me atañe ya que algo hemos ido pudiendo hacer como para que aparezca ese embarazo. Es decir, ese embarazo también me pertenece (metafóricamente, ¡claro!).
Cierto que hay dos problemas: el de la confusión y el de los miedos.
La confusión (fusión con el otro) es un estado más frecuente del que creemos. Aparece en cualquier momento del día sin que necesariamente eso signifique estado de psicopatología. Sólo adquiere tal categoría cuando no podemos salir de ese estado o genera serios problemas a nuestro alrededor. Esta condición de estar o sentirse confundido nace de varias cosas pero lo que nos interesa aquí es el hecho de percibir que lo que podríamos denominar membrana psíquica que nos permite diferenciarnos del otro deja de existir. Esa no diferenciación nos aterroriza. Por esto parte de los comentarios acerca del temor a que la horizontalidad signifique pérdida del rol. Es decir, son términos distintos que hacen referencia a situaciones diversas.
Evidentemente la confusión, la sensación de pérdida de los elementos diferenciadores entre mi yo y el yo del otro, asusta mucho. Asusta porque los estados de ausencia de diferenciación nos acercan vivencialmente a lo que denominamos estados o situaciones psicóticas. Y no es un estado cómodo para la mayoría de nosotros. Fundamentalmente porque hay vivencias que asustan que hacen creer que estamos perdiendo el control. Por esta razón, cuando las personas tememos perder el control, cuando percibimos que esa frontera psíquica, esa membrana es frágil y puede romperse, por lo general edificamos defensas que amortigüen la angustia y en la medida de lo posible eviten eso que percibimos como desastre. Y una de las medidas es la distancia con el paciente, instaurar la verticalidad para que nuestro estado se mantenga tal cual.
Si somos capaces de ir haciendo un proceso de mayor acercamiento, sin prisas y sin miedos, quizás consigamos una experiencia muy rica entre todos nosotros.
Hasta mañana
Dr. Sunyer
(Ah, y recordadme lo de Mallorca)
El planteamiento es muy sencillo. La clase es un espacio en el que estamos muchas personas, como 50 o más.Uno puede considerarla desde diversas posiciones, pero personalmente prefiero pensar que estoy con un grupo. No ante un grupo sino en él. Este conjunto de personas que lo constituimos establecemos inevitablemente una serie de interdependencias, vinculantes muchas de ellas, que determinan no sólo la atmósfera grupal sino la manera de relacionarnos y los sentimientos que se derivan de todo ello. Cierto es que dado que trabajamos unos textos determinados, hay muchos elementos que se activan a través de la lectura de los mismos. Y la experiencia me indica que esos mismos elementos se activan también en las relaciones que establecemos en el grupo. Estos escritos son las reflexiones que desde mi puesto de conductor de ese grupo van aflorando en mi mente y que sirven, eso espero, de reflexión y de trabajo complementarios a la asignatura.