Mi cuaderno de Bitácora del 16 de noviembre de 2010
Sunyer, J.M. · 16/11/2010
Fuente: Sunyer
Hoy fue a través de un dibujo la forma de pensar un poco en nuestro amigo Bonifacio. De ello entresaco algunas cosas.
Lo percibido.
Dibujamos. La idea era confeccionar un tipo de cartel anunciador de la película de Bonifacio. Y otros dos grupos se dedicaban a escribir sendas cartas con las que trabajaremos mañana; o mejor el martes próximo. Hoy eran los dibujos. ¿Por qué?
Bonifacio, como cualquier otro paciente, nos vende una película. No porque quiera engañarnos, ni porque quiera vendernos la burra, no; es su película, su forma de presentarse. Todos tenemos la nuestra. Cuando vamos a una reunión profesional no es raro que nos pidan nuestra tarjeta. Y en ella ponemos aquellas dos o tres cosas por las que deseamos ser reconocidos. O cuando tenemos que ir a una fiesta o a un encuentro con profesionales (o con amigos) nos vestimos de una manera o de otra con la secreta intención de que se nos vea de esa forma. Y nos mostramos no tanto como somos sino como deseamos que se nos vea. Pues algo así es lo que nos cuenta el paciente. Nos explica su historia, su versión de lo que le sucede y, al mismo tiempo, la forma como quiere ser reconocido o visto por nosotros.
Esto significa que lo que nos contó Bonifacio y que venía a ser una manera de describirse tiene dos contenidos: por un lado el que expresa su malestar, su sufrimiento, su queja, su…, lo que sea; y por otro, el que hace que nos hagamos una foto determinada y que está viculado con cómo desea ser visto. En este caso, de Bonifacio. O de desastre. O de alguien que “pasa” de las cosas que le pasan. O de alguien despreocupado. O de alguien que rehúye todo aquello que le hace sufrir. Y con esto es sincero; o al menos tan sincero como lo somos todos nosotros cuando nos presentamos en un lugar de una forma o de otra. Es decir, una sinceridad relativa que no es la misma que la que uno ofrece cuando ya en la intimidad, ya en espacios muy íntimos va a poder expresar. Pero el problema no lo tiene él sino nosotros. Porque si creemos que esa persona es su carta de presentación nos quedamos cortos.
Imaginemos una empresa cualquiera. Una entidad que tiene un determinado nombre, una marca, y que fabrica un bien del que todos o muchos nos beneficiamos. Puede ser un bien físico o incluso cultural, social, sanitario… Esta entidad tiene un nombre (que no ha sido elegido al azar sino que es producto de un esfuerzo para encontrar aquel nombre con el que quiere ser reconocido y divulgado), y ofrece una imagen: de seriedad, de algo útil, de algo práctico, o innovador… lo que sea, pero es la imagen que ofrece y que por lo general se desea transmitir mediante un logo, un dibujo. Si nosotros, como profesionales, nos quedamos en ese logo, en eso que nos transmite de entrada, nos podemos quedar con una parte de lo que esta entidad quiere transmitirnos y que seguramente es de lo más honesto que hay. Pero no es coincidente con el complejo entramado interno en el que hay luchas de todo tipo, discusiones, disensiones, conflictos… Pues bien, de la misma manera que la empresa tiene una imagen que es la que vende en congresos y ferias, y una realidad interna diferente que es la que no se muestra con tanta facilidad (o incluso nunca), lo mismo nos sucede a las personas.
Bonifacio llegó y nos transmitió una serie de cosas. Y nosotros captamos lo que pudimos. ¿Captamos todos lo mismo? No. Categóricamente no. Cada uno de nosotros retuvo una determinada imagen de él que es con la que nos fuimos a casa. O sea que hubo como 50 fotos diferentes de Bonifacio. Y una constatación de ello fueron los cuatro posters que aparecieron y que se correspondían a cuatro imágenes que venían de Bonifacio. ¿Qué pudimos ver en ellas?
La idea de dispersión, o fragmentación. Esta noción me pareció significativa. Efectivamente, tres de los cuatro carteles muestran una variedad de elementos que no parecen guardar una cierta unidad entre sí. Bien es verdad que por ejemplo, la imagen de un “Peeter-pan” parece que aglutinaba cosas en sí mismo y algo así podríamos pensar de los demás; sin embargo esa fragmentación del dibujo parece aludir a dos realidades. Una de ellas es la que el propio paciente pudo transmitir, y la otra la que cada grupo transmite.
La imagen de un ser rodeado de cosas dispares. En realidad esta imagen es consecuencia de la del punto anterior. No parece que Boni sea una persona que disponga de una personalidad suficientemente compacta sino que está rodeado de cosas que no acaba de asumir como propias. Dicho de otra forma, las personas parece que debemos aspirar a una cierta coherencia interna y externa de manera que ese Yo compacto, unificado, sea la consecuencia de procesos de integración que son los que nos lleva a una cierta madurez.
Una idea infantil. Es decir, parece que Bonifacio nos transmitió la idea de no crecimiento, la de alguien que rehúye de todo aquello que le hace sufrir. Eso se veía no sólo en la imagen de Peeter-pan, sino en aquella en la que aparece un chupa-chups en la mano, o la que está rodeado de objetos entre los que hay un oso de peluche. Es decir, alguien quien rechaza los elementos duros de la vida. De hecho sólo aparecen en dos momentos, en la idea de garfio y en la de bronca.
Una imagen un tanto concreta. Los dibujos tendían a ser cosa concreta, como escapando de la creatividad un poco más abstracta o fantaseada, o como no atreviéndonos a salir de lo establecido, de lo estereotipado, de lo convencional.
Estas cuatro cosas que aparecían en los dibujos, ¿qué tendrán que ver con nosotros? Ahí es donde reside mi preocupación. Porque parece que no consigo, hoy por hoy, abrir esa especie de funda mental en la que nos podemos sentir atrapados dejando a un lado la capacidad creativa que, por edad y condición, más os pertenece a vosotros que a mí. Y sin esta creatividad el recorrido es muy breve.
Un saludo
Dr. Sunyer (16 de noviembre de 2010)
El planteamiento es muy sencillo. La clase es un espacio en el que estamos muchas personas, como 50 o más.Uno puede considerarla desde diversas posiciones, pero personalmente prefiero pensar que estoy con un grupo. No ante un grupo sino en él. Este conjunto de personas que lo constituimos establecemos inevitablemente una serie de interdependencias, vinculantes muchas de ellas, que determinan no sólo la atmósfera grupal sino la manera de relacionarnos y los sentimientos que se derivan de todo ello. Cierto es que dado que trabajamos unos textos determinados, hay muchos elementos que se activan a través de la lectura de los mismos. Y la experiencia me indica que esos mismos elementos se activan también en las relaciones que establecemos en el grupo. Estos escritos son las reflexiones que desde mi puesto de conductor de ese grupo van aflorando en mi mente y que sirven, eso espero, de reflexión y de trabajo complementarios a la asignatura.