R.B.B. era una paciente Bilbaína de 20 años que presentaba un diagnóstico de Trastorno Obsesivo, que en una sesión explicó una serie de incidentes ocurridos a lo largo de tres días de intenso conflicto familiar:
Resulta que “la víspera del día de su cumpleaños salió de compras con unas amigas esperando que tras el paseo por los diferentes establecimientos, acabarían tomando alguna cosa en alguna terraza. Su sorpresa fue cuando comprobó que tras el paseo, cada una se fue a su casa, no pudiéndolas invitar a merendar que era lo que ella esperaba. Y si bien lo propuso, al perecer las amigas se disculparon con otras razones como que habían quedado para otra cosa, no dándole tiempo a recordarles que era su cumpleaños y dejándola “compuesta y sin novio”, olvidándoseles por completo de que era su cumpleaños. Con este disgusto llegó a casa y se encerró en su habitación dándole vueltas a la amistad que le unía con estas chicas. Como consecuencia de la preocupación, optó con hablar con su madre. La buena mujer, trató por todos los medios de ayudarla a contener su malestar, pero nuestro personaje insistía en aclarar las relaciones que tenía con las amigas. Y percibió, en su madre, un posicionamiento más del lado de las amigas que del suyo propio. Y que el interés se centraba más en que “hiciese lo que tenía que hacer”, que en darle vueltas a las características de la relación, a lo que pudo haber dicho y no dijo, y a un largo etcétera de cosas. La madre, al final, no sabiendo cómo salirse del entuerto, decidió irse a dormir.
Al día siguiente, R.B.B. percibió que su madre estaba preocupada porque no estaba estudiando, porque no se había duchado, porque no se había levantado a la hora conveniente. Todo esto, al tiempo que preparaban la mesa para comer y celebrar el cumpleaños. Nuestra amiga, insistió, entonces, en aclarar todo lo que había podido pasar; pero la conversación giró en relación con lo que no hacía o hacía mal y volvió a ver que su madre, lejos de ayudarla y comprenderla, le “espetaba” que “tenía problemas de relación social”.
A partir de aquí nuestra paciente comenzó a estar nerviosa y le dijo a su madre que ya se acordaría de lo que le había dicho. Siguieron preparando la mesa para comer y la madre colocó el pastel que, con motivo de su cumpleaños, le había comprado. Y sin comerlo ni beberlo, nuestra paciente lo cogió y se lo plasmó en la cara de su madre. Ello en presencia del padre y hermanos que, atónitos, no supieron cómo reaccionar. Entonces la madre les dijo “que no hiciesen nada, que se trataba de un asunto entre ellas dos”. Tras esta situación, R.B.B., agarró a su madre y la expulsó de casa.
A continuación, ella comentó sentirse bien; y que sólo un rato más tarde vio que se había pasado, que habría podido hacerle daño y se sentía culpable. Pidiéndole perdón por lo que había hecho.”
Hasta aquí la anécdota. Posiblemente la valoración dependerá de muchos factores; sin embargo quisiéramos resaltar aquí lo que ha sucedido, desde una óptica dinámica grupal. Y desde nuestra conceptualización de lo que representa la psicoterapia.
Para empezar, si la idea de psicoterapia va vinculada con la de acompañamiento, parece que este caminar con R.B.B. conlleva la aceptación de que cuente cualquier cosa que desee contar. No necesariamente “problemática”. Otra cosa es que nosotros pensemos que lo que se cuente en la sesión, suponga abordar algún tipo de problema. En el acompañamiento ofrecemos nuestro aparato psíquico para que el paciente pueda alimentarse de ideas que le posibiliten una mayor comprensión, saber lo que está narrando y entenderlo en el contexto de la propia relación que se da en la sesión. En este sentido resaltar que nos hubiese contado el incidente. Y en principio, si nos lo cuenta es para que hagamos algo con ello.
Contemplar el caso de R.B.B. desde una perspectiva grupoanalítica supone considerar que existen dos mundos, por así decirlo, claramente diferenciados pero permanentemente interactuantes: el mundo interno y el externo. El externo, del que nos habla en esta anécdota, está formado no sólo por la familia, sino también por las amigas y por mi mismo. Somos un grupo “virtual” de personas con las que R.B.B. se relaciona para poder solventar un problema interno. El problema reside en ese otro mundo interno, formado, entre otros elementos, por aquel conjunto de representaciones mentales que, en el mudo exterior, vienen representados por las personas que conforman el mundo externo mencionado. Y ¿qué sucede en el mundo externo? R.B.B tiene un deseo: el de invitar a una amigas, pero estas no escuchan la importancia que para ella tiene dicha invitación. Hay algo que quiere decir y no lo oyen, centradas como parece que están, en lo que habían acordado previamente. Posteriormente, en casa, se encuentra con que otra persona, ya más próxima, la escucha, pero parece no acabar de oír la importancia que para R.B.B. tiene lo que le ha sucedido. Por supuesto que ella quiere que se la oiga. Y no parece haber dudas en que ha hecho lo “humanamente posible” para que así sea; pero no consigue hacerse oír. A partir de entonces inicia un proceso mental, de características obsesivas, por el que se devanea los sesos tratando de dilucidar lo que ha sucedido, posiblemente con reproches por no haber sido capaz y al tiempo, viéndose incapaz de responder a la exigencia que desde ella se ha ubicado.
En estas circunstancias vuelve a aparecer un mensaje expresado seguramente desde el cansancio de la insistencia obsesiva, que le indica que “tiene problemas de socialización”. Esta frase parece desatar las iras internas de R.B.B. que promete no dejar la jugada en esta posición. Y es lógico, porque este personaje se parece, en su interior, a ese otro aspecto que le exige a ella misma superar como sea esa situación (es el típico imperativo obsesivo); y del que no sabe o puede zafarse. A continuación sólo ve una salida: expulsar “metafórica y realmente” de casa a ese personaje con el que no se puede convivir. Y ello, ante la mirada atónita de otros personajes (padre y hermanos) que no sabían o podían actuar: de la misma forma como esos otros aspectos de ella misma que permanecen atónitos frente a la virulencia que se engendra en ella cuando se ve atosigada entre los deseos y las posibilidades reales.
Relata todo ello e indica, cómo tras el ataque se sintió bien: en aquel momento la pelota estaba en mi tejado. ¿Qué podía hacer yo como terapeuta? Me podría haber asustado y reaccionado en consecuencia. No parece que sea lo más aconsejable quedarse impávido ante hechos de tal importancia. Pero la única salida era metabolizar con ella lo que había sucedido. En este teatro de sucesos, el profesional, su presencia y escucha, activa aquellos otros aspectos que tienen todos los pacientes, y por lo tanto también R.B.B., que posibilitan la comprensión y metabolización de los hechos. Proceso éste, que conlleva la discriminación de aquellos elementos que paralizan la capacidad de pensar de los que la permiten. Y que, al suministrárselos, al ofrecérselos, no realizo otra operación que la de darle otra oportunidad para comprender alguno de los componentes que conforman su “patología obsesiva”. Patología que, como es bien sabido, se caracteriza por la imposibilidad de metabolizar los elementos agresivos inherentes a los procesos de identificación masiva con la que estas personas viven. Incapacidad, que proviene del tremendo susto, pánico con el que estos pacientes viven sus propias emociones y pensamientos, debido a los procesos de identificación masiva. Identificación masiva que les asedia y que se expresa a través de las ideas persistentes y reiteradas sobre problemáticas internas o externas y que no son sino el desplazamiento del objeto con el que uno se identifica masivamente. Pero tremendo susto, malestar e incluso tensión que genera en el entorno la relación cercana con estos aspectos tan reiterativos. Susto porque uno acaba creyendo que sucumbirá al remolino obsesivo no discerniendo la realidad. Por esto la reacción: seguir el plan, hacer lo que se debe hacer, no paralizarse en menudencias…
Este proceso de identificación masiva posibilita la inoculación en el otro de los elementos proyectados (apareciendo lo que denominamos identificación proyectiva), y que con la expulsión de su casa trata de escenificar el deseo que tenía R.B.B., de expulsar ese aspecto agobiante, exigente con el que convive, internamente, todo el día. Progresivamente, R.B.B. mejoró la relación con sus progenitores. La sintomatología obsesiva fue remitiendo, con algún que otro sobresalto.
Dr. Sunyer