Mi cuaderno de Bitácora del 3 de noviembre de 2010
Sunyer, J.M. · 03/11/2010
Fuente: Sunyer
La visita de un paciente hizo estragos. Las diversas reacciones ante la cara de bonifacio que ponía han dado pie a pensar muchas cosas; pero ahí sólo pongo algunas.
De crustáceos y amebas.
B. G. V., es todo un personaje. A sus cincuenta y dos años de edad sigue, como habéis podido comprobar, en su mejor y beatifica forma de andar por la vida. Con su cara de sorpresa permanente va de hecho en hecho sin que aparentemente salga salpicado por ellos. Y así vino él, gustoso de ayudarnos a todos nosotros, y luego se marchó con las ganas de seguir estando en medio de la clase.
Y por otro lado estábamos todos los demás. Tratando de averiguar quién era, qué hacía, cómo le iba la vida. Tratando de desarrollar algo de nuestra profesión y desplegando nuestra habilidad de entrevistadores. Y queriendo no sé si entresacar un diagnóstico pero sí agua clara de esa beatífica actitud.
Por lo que sé, se sintió bien. Con ganas de seguir. Si no fuera porque hay unos límites reales, hubiera permanecido un buen rato más. Sorprendido como estaba al ver a tanta gente mirándole e interesada en él. Quizás esperaba más preguntas, o más participación. Quizás le hubiera agradado poder ayudar a quien estornudaba o a quien en un momento creyó que tenía frío. Había quien no le miraba. Había quien bostezaba como aburrido. Esto le sorprendía ya que era tan feliz ayudando que no podía comprender esas cosas que percibía. Me dijo: en ocasiones miraba a una persona porque me parecía una mujer inteligente con la que me podía entender, pero muchas veces veía que esa persona no me miraba, estaba como escondiendo su cara. No lo entendí.
Me comentó que sí hubo preguntas que le descolocaron porque sintió que tenía que meterse en terrenos que nunca habían sido un problema para él. E incluso ignoró algunas frases o preguntas o comentarios ya que le resultaron no pertinentes; él que daba tanto por los demás. Pero sí sintió una cosa -me dijo-. Sintió como que no le comprendían mucho, como que no había eso que llama “generosidad”. En realidad su frase fue parecía que había quien pensaba que eso que hacía estaba mal y me hacía pensar que, como siempre, era un desastre. Quería explicar porqué veo las cosas como las veo, pero era como si no les pudiera ayudar… Como si hubiera un foso que trataba de superar pero que no encontraba el puente por el que pasar.
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Como podéis pensar, B., es alguien que lucha constantemente por mantener sus niveles de ansiedad en grados aceptables por él. Si recordáis una de las primeras cosas que os comenté respecto a esas dos categorías de formas de ser, la crustácea y la ameboidea, ¿dónde se ubicaría B.? ¿Cabría pensar que cuando nos ubicamos en uno de estos extremos es porque huimos del otro? SI fuese esta la situación, ¿qué miedos pueden estar acechándole para que siempre se ubique en esa otra posición?
Y como comentario final. Lo habéis hecho estupendamente. No es nada fácil para un grupo de alumnos encontrarse con la sorpresa de un paciente que entra en el aula y digerirla después. Y colocarse en la posición de psicólogos tratando de hacer algo por casi primera vez. Y vivir lo que se vive percibiendo movimientos internos que en muchas ocasiones asustan. Y darse cuenta de cómo uno se queda mudo, bloqueada la capacidad de pensar, constatando que ese paciente no se ajusta a la idea que puedo tener de esa cosa llamada “paciente”. Y constatar que en esta relación se instalan cosas que no estaban antes, y que estas cosas obligan en cierto modo a actuar de una manera y no posibilitan hacerlo de otra.
Y el paciente disfrutó con ese regalo.
Un saludo,
Dr. Sunyer (3 octubre de 2010)
El planteamiento es muy sencillo. La clase es un espacio en el que estamos muchas personas, como 50 o más.Uno puede considerarla desde diversas posiciones, pero personalmente prefiero pensar que estoy con un grupo. No ante un grupo sino en él. Este conjunto de personas que lo constituimos establecemos inevitablemente una serie de interdependencias, vinculantes muchas de ellas, que determinan no sólo la atmósfera grupal sino la manera de relacionarnos y los sentimientos que se derivan de todo ello. Cierto es que dado que trabajamos unos textos determinados, hay muchos elementos que se activan a través de la lectura de los mismos. Y la experiencia me indica que esos mismos elementos se activan también en las relaciones que establecemos en el grupo. Estos escritos son las reflexiones que desde mi puesto de conductor de ese grupo van aflorando en mi mente y que sirven, eso espero, de reflexión y de trabajo complementarios a la asignatura.