Mi cuaderno de Bitácora del 23 de noviembre de 2010
24/11/2010
Fuente: Sunyer
El silencio tras el análisis de un cuento deja perplejo a quien recuerda la alta y brillante participación de ayer. La curiosidad es el eje.
Curiosidad. Curiosity
Curiosidad es una palabra que siguiendo al diccionario alude al deseo de averiguar alguna cosa, o inquiere lo que no debiera importarle, o aquello que despierta expectación o interés; o incluso que trata alguna cosa con cuidado o diligencia, o que se es limpio y aseado. Aparece en la línea once del texto que leímos y es lo que a nuestro criado le llevó a desarrollar toda una vida de aventuras hasta encontrar a su princesa. Y es cierto que, como alguno me comentó, hace algo que está prohibido, que no le está permitido, que transgrede la norma. Sí, es cierto. Pero también lo es que si no fuera por su curiosidad hubiera permanecido como criado toda la vida.
Me quedé con la palabra. Porque me parece que indica muchas cosas y, fundamentalmente porque me parece que habla de algo que está muy presente en todos nosotros; aunque de forma diferente a cómo la concibo.
Parece que ese deseo de averiguar qué hay más allá de las cosas que uno ve es algo inherente al ser humano. Y desde pequeños porque es precisamente esa característica la que les lleva a explorar el entorno en el que están. Desde bebés todos nosotros hemos ido investigando todo lo que nos rodea: en un principio posiblemente la investigación se reduce a lo que la mirada me informa, pero también investigamos las diversas texturas del pezón materno, los sonidos que acompañan todas nuestras actividades, nos olores que nos rodean (comenzando, lógicamente con aquellos que provienen de la relación con nuestra madre), y un sinfín de cosas que constituyen nuestro mundo externo; e incluso el interno porque al percibir los movimientos de nuestro cuerpo, los de los órganos internos, también investigamos, escuchamos, tratamos de conocer y reconocernos a través de ellos.
A medida que vamos creciendo esta actividad investigadora amplía sus horizontes. Por ejemplo, desde lo que produce y genera el sonajero y todos los objetos con los que los padres rodeamos a nuestros bebés, a nuestras criaturas, hasta los que posteriormente cuando ya hemos aprendido a gatear o a caminar comienzan a estar a nuestro alcance. De hecho, es gracias a esta capacidad e interés generado por la curiosidad que todos nosotros vamos progresando desde bien pequeños, bien renacuajos, hasta el momento en que nos vamos de esta tierra. Todo es una completa investigación que viene activada fundamentalmente por la curiosidad que tenemos por saber algo más. Pero…
Esta curiosidad no siempre es bien recibida, claro. Porque cuando veo a mi renacuajo gatear contento y dirigir su atención al enchufe que se muestra apetitoso a su vista como diciéndole “aquí estoy para que me investigues”, entonces voy alborotado porque veo peligros en esta investigación. Y ese renacuajo en ocasiones protesta. Y si no estoy atento, insiste (a la que puede) en averiguar qué es eso que hay en la pared; y cuanto más pegas le pongo, más insiste en saber qué hay ahí de prohibido. Vamos, que la curiosidad choca en ocasiones con lo prohibido. Y si es una criatura normal sólo cederá a esta curiosidad por el enchufe si ve otra cosa alternativa que le distraiga de aquel tema. En otras ocasiones es cierto que puede aparecer un abandono de la conducta investigadora. Por lo que se restringen las posibilidades de crecimiento. Este abandono puede provenir de diversas causas: o bien ha tenido un susto suficientemente grande como para abandonar tal práctica, o ha percibido ese susto en alguien significativo para él, y por lo tanto…; pero… ¿por qué me aparece tal palabreja cuando salgo de la clase?
Cuando desarrollamos nuestra actividad asistencial se nos activan numerosos aspectos que han despertado a raíz de algo que aparece en la sesión. Cuando esto sucede hay que preguntarse sobre los diversos porqués que rodean tales hechos ya que en ellos anidan elementos que pueden entorpecer el desarrollo del tratamiento. Esto se denomina contratransferencia. Esto significa que algo que emerge en el grupo genera en el profesional una reacción emocional o racional que es como la contrapropuesta a algo que emerge del grupo o de la persona a quien atendemos. En este caso lo activado es algo que se camufla bajo la palabra Curiosidad.
Creo que no puedo negar mi interés por saber qué es lo que se activa en estas sesiones en la facultad. Es un interés que supongo abarca desde la siempre esperada respuesta que señala que algo se está atendiendo a la nada deseable reacción devaluadora que indica que nada de lo que uno hace despierta interés alguno. Recuerdo que cuando iniciamos las sesiones hace ya un par de meses me vi a mi mismo proponiéndome como paciente ante un grupo formado por profesionales que estaban atentos a ayudarme. Recuerdo también que en aquella sesión se indicó que aquel paciente que gesticulaba, hablaba y se hacía el simpático, en realidad podría estar escondiendo una determinada carga de ansiedad; ansiedad que posiblemente tenía que ver con la necesidad de ser aceptado por el propio grupo, por ejemplo. Ese recuerdo me viene hoy y me pregunto sobre qué es lo que estará pensando el profesional.
Posiblemente el profesional ve a este paciente hablar y hablar de sus cosas. Le ve utilizando diversos procedimientos para transmitirle algo de lo que es su sufrimiento, su delirio, sus ideas más o menos raras respecto a la vida. Es un paciente normal, digo yo, que como tantos otros acuden a nuestras consultas para compartir algo que para ellos es vital. Ante estas circunstancias es frecuente oír planteamientos profesionales que consideran que entre el paciente y el profesional debe existir una barrera, una distancia para que ese paciente no pueda descubrir realmente qué es lo que sucede dentro de la cabeza del profesional. Pero esto precisamente despierta en él una gran curiosidad. No se resigna a aceptar ese aspecto de su psicólogo, de su psiquiatra, e intenta averiguar (como en el caso del niño del que hablaba al inicio de este escrito) qué es esa cosa que aparece en la pared y a la que no puede acercarse.
La curiosidad le atenaza, le aprieta, le urge. Pero todo parece indicar que frente a esa necesidad se levanta como una especie de prohibición, de maleficio, de pared en último término por la que le resulta difícil saber lo que hay ahí. Entonces activa otros mecanismos. En ocasiones, protesta. Pero sus protestas no parecen llegar a su destino. En otras ocasiones trata de investigar a través de la mirada, a través de lo que ve sobre la mesa del psicólogo, algún rastro que le permita deducir qué es lo que el psicólogo piensa de él. En otras ocasiones busca la provocación: llega un poco tarde, se hace el despistado, se calla, se ausenta, se… y siempre con la misma necesidad de saber qué es lo que el psicólogo, el psiquiatra escribe o le cuenta a su colega.
En ocasiones se emparanoia. Sí, es como si en ocasiones se le activaran pensamientos que le hacen creer que realmente el psicólogo le ve mal, realmente mal. Intenta, entonces, explicarse de otra manera. Intenta decirle que lo que le pasa a él le parece normal y busca una respuesta que le tranquilice, algo que le calme los nervios ya que la pared aparece ahí delante, vestida de blanco de bata hospitalaria.
En sus devaneos recuerda cuando ha ido a otros médicos. Cuando aquel médico de cabecera cerraba la carpeta para que no leyera lo que estaba escribiendo. O cuando se acercaba a la mesa de los profesores de su colegio que se encontraba sobre una tarima lo que los colocaba un poco por encima de los alumnos, para ver si por casualidad podía ver la nota que le había puesto. O las estrategias por entrar en la sala de profesores para averiguar si los papeles de los exámenes estaban a su alcance para conocer qué le iba a preguntar y así asegurarse la nota. O… Y le vienen a la memoria aquellas frases de sus padres de “eso no es cosa de niños” o “déjanos hablar a solas”. O cuando su padre traía determinada revistas que no dejaba nunca con el resto de los periódicos lo que le hacía pensar que no las podía leer. O esas cartas que procedían del colegio y que iban dirigidas a los padres. Estas y otras muchas situaciones le venían a la mente y le generaban todo tipo de ansiedades que no podía o sabía cómo contrarrestar.
Todas estas cosas son las que se activan cuando un paciente siente que el profesional se oculta tras el silencio. Igual hay que pensar sobre ello.
Un saludo.
Dr. Sunyer (24 de noviembre de 2010)
El planteamiento es muy sencillo. La clase es un espacio en el que estamos muchas personas, como 50 o más.Uno puede considerarla desde diversas posiciones, pero personalmente prefiero pensar que estoy con un grupo. No ante un grupo sino en él. Este conjunto de personas que lo constituimos establecemos inevitablemente una serie de interdependencias, vinculantes muchas de ellas, que determinan no sólo la atmósfera grupal sino la manera de relacionarnos y los sentimientos que se derivan de todo ello. Cierto es que dado que trabajamos unos textos determinados, hay muchos elementos que se activan a través de la lectura de los mismos. Y la experiencia me indica que esos mismos elementos se activan también en las relaciones que establecemos en el grupo. Estos escritos son las reflexiones que desde mi puesto de conductor de ese grupo van aflorando en mi mente y que sirven, eso espero, de reflexión y de trabajo complementarios a la asignatura.