Por supuesto. La ansiedad no deja de ser una señal, un síntoma (eso es su significado) que indica que hay algo con lo que la persona, niño, adulto o anciano, lo está pasando mal. Por ejemplo, un niño puede estar pasándolo mal por muchas razones (la más socorrida es el nacimiento de un hermano) y ese malestar lo puede expresar con formas de comportarse correspondientes a una edad anterior, o puede volver a hacerse pis en la cama, o puede dejar de comer o sentirse especialmente irritable.
Un adolescente, por tomar otra franja de edad, puede expresarlo mediante la timidez, el replegarse en sí mismo, o estar más enfadado y de mal humor, o retraído, o encerrado en su habitación. O dejando de comer, comenzando a preocuparse excesivamente por su cuerpo… o yendo mal en los estudios, comportamientos que rompen el equilibrio familiar.
Los adultos tenemos muchos otros recursos. Más allá de los descritos anteriormente, el exceso en el interés por el trabajo o la preocupación por la economía, el mal carácter, las noches de insomnio, el recurrir a la bebida de forma más o menos declarada… evidentemente no se muestra igual en los hombres que en las mujeres. A los primeros siempre nos ha costado mucho más reconocer que lo estamos pasando mal y nos suele costar pedir ayuda; y en ocasiones es tanto nuestra resistencia que acabamos haciendo cuadros mucho más severos. A las mujeres, que en esto son bastante más inteligentes y sensibles, les es más fácil pedir ayuda ya que en ello no se juega ningún aspecto de autoestima social, y acuden a las consultas de forma más abierta y declarada.
A los más mayores, las consecuencias de la jubilación, por ejemplo, o el ver que las condiciones de vida van cambiando… pues nos es complicado. La ansiedad se manifiesta de mil formas y manera. Y para qué contar cuando comienzan a aparecer otros síntomas que aluden al envejecimiento de nuestro cerebro o de nuestra carrocería.